¿Recuerda que prometí ofrecer otra reflección respecto a que cosa un terremoto saca a la luz? Bueno, cumplí mi promesa de no postearla hasta que había ido personalmente a la «zona cero» de la región más afecta por el terremoto del 27 de febrero de 2010. Con 11 personas más viajamos a Chiguayante, cercano a Concepción, en la 8a Región de Chile. Las 8 horas que pasamos en la zona me dejaron atónito. Las fotos no muestra ni un diez porciento de la realidad después de un terremoto tan destructivo y poderoso. Pero había algo que valía pena ir allá para conocer, algo valioso en que refleccionar.
Primero le cuento algo de lo que vimos. Con dos camionteas cargadas de ropa, comida, medicina y amor, partimos al sur a las 4:30 de la madrugada un día sábado en abril. La amistad y el compañerismo de las personas en los tres autos era hermoso, a pesar del sacrificio que nos exigía hacer el viaje. Llegando a nuestro destino nos estaban esperando con un almuerzo contundente y sabroso. De allí vino el primer «golpe de la realidad» cuando habiendo almorzado, el pastor que nos recibió en Chiguayante nos llevó a ver una zona de departamentos devastados por el terremoto.
¿Qué más vimos en el Sur? Vimos a personas pasando frío, a personas cuyos sueños y aspiraciones estaban destrozados, a niños jugando en la calle a la sombra de bloques de departamentos en peligro del derrumbe iminente, y vimos a personas agrandose de un hilo de esperanza para algo mejor y un lugar permanente para re-emplazar su hogar que fue hecho pedazos. Las familias que vimos nos abrieron sus casas amablemente para que conocieramos lo triste de un edifcio a punto de caerse, pero que no tenían ninguna ayuda estatal ni municipal aún. Conocimos su historia de qué pasó esa noche que vive en la infamia cuando el suelo empezó a temblar bajo sus pies. Escuchamos a la pena que ahora viven y están viviendo por no poder recuperar su hogar. Nos interamos de caso tras caso de personas que de repente están viviendo de como un «indigente» siendo personas de trabajo, dueñas de casa con sus hijos y familia enteras que lo perdieron todo. Era de verdad trágico.
Pero eso no era todo. Las personas afectadas por el terremoto nos hablaron de la esperanza profunda que tenían en medio de lo más triste que habían experimentado en sus vidas. Un matrimonio nos habló de que recién unos meses antes el marido se jubiló de la gendarmería y estaba esperando recibir la pensión. ¡Pero mientras tanto estaban seguros y firmes en la fe en lo que viene, algo mejor, algo esperanzador! Esa esperanza no dependía de «Un Techo para Chile» ni dependía de una solución que proveerá el gobierno. No dependía de la realidad de recibir muchas ayudas y donaciones de comida, ropa y menaje de casa. Dependía de algo en el alma de las personas.
En el corazón había determinación y fe, y también había paz y esperanza. Esto es lo que a las personas nos capacita para sobrevivir un terremoto, una tsunami o cualquier tragedia natural. Esta fe y paz nacía de una misma fuente en quienes la guardaban: nacía de la plena seguridad que Dios Todopoderoso es más grande que cualquier necesidad, cualquier problema y cualquier escacez. Habían personas que casi no se explicaba cómo podía tener una sonrisa en sus caras, pero estaban más que sobreviviendo, estaban en paz, regocijando en medio de la tremenda dificultad que le puede tomar años para resolver. Esta seguridad estaba bien arriagada en el corzón de quienes tenía su eternidad resuelta. Era una paz interna que superaba todo lo externo.
Ahora viene mi reflexión final sobre lo que un terremoto saca a la luz. ¿Cómo puede una persona salir airosa y victoriosa de una experiencia tan devastadora como lo de vivir un terremoto grado 8,8 lo cual le deja con las manos vacías y con poco o nada con lo cual vivir? O dicho de otra forma, ¿Cómo no caer en la depresíón y la desperación en medio de una crisis nacional y personal? Querer o no, un día en el futuro le puede tocar a usted algo así. O tal vez ya está viviendolo. Entonces, esta reflección sobre lo que un terremoto saca a la luz es para usted y para mí.
Tener esperanza, tener paz y tener fe no son cosas «emocionales» ni sicológicas. Poder salir con la frente en alto después de vivir una disastre de propociones colosales depende de su respuesta a la pregunta anterior. Pienselo. Su futuro depende de ello. Y para ayudarle a encontrar una respuesta tan solida roca, le animo a pensar en esta cita:
«¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes, a quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos. Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas *pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele. Ustedes lo aman a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso, pues están obteniendo la meta de su fe, que es su salvación.
1 Pedro 1:3 a 9 (NVI)
Confiado en Cristo, Venga lo que Venga,
David L. Rogers, M.A.Min.
Pastor-Administrador
IBVN
(continuación) Dios usó el último recurso…..llamó al arrepentimiento, pero ahora con dolor. Es desgarrador recordar los llantos y las súplicas de perdón de tantos hermanos que fueron enfrentados con su pecado y con su alejamiento, y llevarlos a su restauración espiritual en su comunión con Dios. Es de esperar que ahora las iglesias locales despierten del sueño. Dios ya hizo lo suyo.
Las Escrituras nos muestran que esta cruda realidad no fue ajena al pueblo de Israel, pueblo muchas veces sordo al llamado de arrepentimiento del Señor. Los profetas Hageo y Zacarías, por allá el año 500 a. de C. aproximadamente, nos muestran un cuadro muy parecido del pueblo de Israel, casi idéntico al de las iglesias del sur de Chile: (1)Individualismo y consumismo (Hageo 1.4 y 9), (2) desatención de la casa de Dios (Hageo 1.8), (3) insatisfacción (Hageo 1.6), (4) sueño espiritual (Hageo 1.14), (5) debilidad espiritual (Hageo 2.4), (6) pecado e inmundicia (Hageo 2.14), (7) oídos sordos (Zacarías 1.4), (8) no estar en el lugar que se debe estar o haciendo lo que se debe hacer en las cosas de Dios (Zacarías 1.5)
¿Cuál fue el último recurso que usó Dios? Hageo 2.6: “Porque así dice el Señor de los ejércitos: “Una vez más, dentro de poco, yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra firme”.
Coincidencia? Saque Ud. las conclusiones.
Hola, muy bueno el reportaje y visión de lo ocurrido. Yo también viajé a Concepción por el terremoto, para realizar labores sociales y espirituales, y también saqué la siguiente conclusión personal que publiqué en la editorial del Boletín de mi iglesia:
“DEBAJO DE LOS ESCOMBROS Y LA DESOLACIÓN, NOS ENCONTRAMOS CON UNA SORPRESA AÚN MAYOR”
“UN VIAJE DE RESTAURACIÓN”
El lunes 15 de marzo, siendo aproximadamente las 19,30 horas, un grupo de 14 hermanos y hermanas partimos rumbo al sur, motivados por la necesidad de llevar no solo alimentos y artículos de primera necesidad, sino una palabra de consuelo y, especialmente, entregar la palabra de salvación ahora que los campos estaban fértiles. El viaje fue extenuante, pues llegamos recién el miércoles a las 3,00 de la madrugada, sin ninguna escala para dormir. Dios nos sostuvo y estuvo siempre al mando del volante. Tampoco nos faltó nada, pues vimos la generosidad de la hermandad, expresada en tantas cosas ricas que nos dieron. Gracias!!
Las imágenes que la televisión nos mostró antes de partir no eran nada comparables a estar ahí mismo, en el centro del desastre. Edificios y casas totalmente destruidas y derrumbadas, desabastecimiento de agua y artículos de primera necesidad, poblaciones y pueblos enteros arrasados de cuajo por la furia de la naturaleza, pero por sobre todo hombres, mujeres, ancianos y niños directamente afectados por la terrible experiencia, aún con los efectos psicológicos y físicos por la pérdida de seres queridos, de sus casas o de la tranquilidad de la vida cotidiana.
Pero la verdad de las cosas es que escarbando un poquito, debajo de la desolación material, se escondía otra realidad, aún más devastadora, que nos caló en lo más hondo de nuestro ser. Íbamos dispuesto a evangelizar, pero la gran mayoría de quienes pudimos compartir eran jóvenes, hombres, mujeres y ancianos creyentes que en algún punto de sus vidas habían renunciado a seguir en los caminos de Dios!!! Creyentes alejados!!! Y junto a ello, iglesias que hacía años se habían entregado al sueño espiritual, iglesias frías, divididas, minúsculas, muchas de ellas constituidas casi exclusivamente por ancianos o por mujeres, pequeñas congregaciones desatendidas por sus hermanos mayores y dejadas a su suerte. Evidentemente la iglesia de Dios (de toda denominación), al descuidar su rol, generó una gran brecha, por la cual Satanás entró y diezmó, y la desolación que dejó a su paso fue infinitamente mayor que el terremoto físico. La iglesia de Dios dejó, en algún punto de su historia, de ser la luz del mundo, la sal de la tierra. Y Dios la llamó no una, dos, tres, cuatro y muchas veces mas, pero ella….desatendió su llamado. Fue rebelde. Pero la naturaleza hizo lo que la iglesia se negó insistentemente a hacer…(continuará)