La Razon Inevitable de Dar de Sí Mismo

Sacrificio, depravacion, lejanía de los seres queridos, cansancio, frustracion al esperar–esperar resultados, esperar cambios, esperar llegar a la meta. Estas son solo algunas de los emociones y experiencias que un misionero conocerá al dedicarse al servicio de Dios. Pero, ¿por qué decidir hacer algo en la vida que uno sabe le va a traer sufrimiento? ¿Cuál es la razón inevitable para ser un misionero, si es que la haya? ¿Se puede afirmar que hay algo irreunciable que impulsa a una persona para ser misionero(a)? O, en realidad, los misioneros ya son una reliquie de la época colonial?

Después de 35 años en el mismo país trabajando el la labor misionera, como es mi caso, en mi país «adoptivo» de Chile, creo haber dado con algunas respuestas para las preguntas que se plantean arriba. Sin creerme ser un referente para todos los otros nuevos o los futuros misioneros que emprendan un viaje a un lugar desconocido y lejano, tengo que decir que creo saber cuál es la razón inevitable para poner su vida en las manos de Dios y de entregarle a El toda la vida, cualquiera que sea el destino o el fin.

Llegar a ser misionero es pasar por el proceso de un parto. Es decir, uno no declara simplemente un día que «yo voy a ser misionero.» Primero, en la mente mía y tal vez de muchos que se convierten en misioneros, tiene que suceder algo. Es algo sutil al principio, pero es real y es poderoso. Ese algo es una entrega total e incondicional de mi persona y de mi vida al Señor Dios Todopoderoso. No es posible ser un misionero en la selva, o en la ciudad, ni siquiera en su propio barrio, sin que primero haya aceptado que el Santo Dios del Cielo merece tener el control de todo mi ser para usar como El estime conveniente. Le tengo que entregar las llaves de la casa, sin reserva y sin condiciones.

El abandonar lo que es más precioso, más valioso a uno, sin embargo, este paso no es de una sola vez. Habiendo llegado a ese punto de rendirme al Señor con todo lo que soy, luego vendrán las distracciones y las tentaciones para dejar de lado esta nueva condición. Por tanto, el segundo peldaño a la obra misionera sucede cuando la persona reconoce este compromiso asumido en TODO SU VIDA. Una vez que le haya entregado las llaves de mi casa «interior» al Señor, tengo que aprender a no pedírselas vez tras vez cuando tenga dudas respecto a donde me va a llevar su plan para mi vida. El segundo paso fomenta en mí una disposición diaria para ser una herramienta en las manos del Señor Jesús.

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Lo anterior, así como en el trabajo de parto, dará lugar a un tercero paso aun más deasfiante…este tercer hecho (en mi vida y la de muchos de mis colegas) es donde se parten las aguas. Este paso no tiene vuelta atrás, y no es posible vivir en paz ni vivir tranquilamente consigo mismo sin obedecer, sin embarcar en lo que Dios mismo esté llamándote a cumplir.

Este momento en el «parto» es similar al momento que vivió mi esposa querida cuando estaba por nacer nuestra primera hija. Después de 9 meses de espera, de clases de Lamaze (una técnica de respiración y relajo frente al dolor), y en particular de dos meses en cama por la recomendación médica, llegó el momento para el parto. PERO, su cuerpo parecía resistir este último y particular momento. Es como que el cuerpo de ella debatía entre «sí» y «no» para el último gran empuje para que naciera nuestra hermosa hija. Pero, un parto que una vez comenzó no puede volver atrás. En ese momento preciso el doctor le proclamó, «Veo la cabeza, está por nacer…EMPUJE!!» Y empujar es exactamente lo que ello hizo.

Cuando una persona quien ha experimentado el gozo de nacer de nuevo por la sencilla fe plena de la obra perfecta y divina del Señor Jesús, y cuando ha comprobado que El es todo lo necesario y debido y lo suficiente en la vida para darle una razón de vivir que es permanente y profunda…entonces, también esta persona recibe la razón inevitable para ser misionero(a). Es porque Cristo está siendo formado en tí, su vida se vive a través tuyo, y tu vida solo puede ser cuando El haya sido completamente encarnado en tu vida. Cristo, nos dice un texto bíblico, «está siendo formado en nosotros» (Gálatas 4:19).  Su vida consume la mía y lo que más busco es vivir para El, vivir con El, vivir para que OTROS LO CONOZCAN A EL TAMBIEN.

Un misionero vive por un solo motivo–que el Señor Jesucristo sea conocido y adorado por muchos otros en esta vida. La razón inevitable es, siendo que le he entregado TODO mi ser a El, y siendo que NO LE QUITO el control de mi vida, entonces Cristo el Señor Resucitado y el Señor de gloria, tiene todo el poder sobre mí para que El viva su vida a través mío. NO LE PUEDO NEGAR EL DOMINIO ABSOLUTO DE TODO LO QUE SOY Y LO QUE SERE.

Claro, no siempre resulta ser tan limpio, tan compacto, tan «rutinario» para muchos cristianos. Pero, esto ha sido en mi vida el más grande anhelo de mi vida…que Cristo sea formado en mí, que sea visto y conocido por medio de mi vida.

Esto NINGUN cristiano COMPROMETIDO puede negar.

Con Gratitud por la Gracia,

David L. Rogers, M.A.Min.
Santiago, Chile

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